Dejó la industria aérea y, junto a su mujer, tuvo una idea que revolucionó los desayunos y meriendas en Buenos Aires

Paul Petrelli y Donatienne Fievet dejaron atrás el mundo corporativo para una marca que redefinió la cultura del desayuno y la merienda en Buenos Aires

Ariel Goldfarb

En el mundo de la gastronomía, hay historias que trascienden la receta perfecta. La panadería francesa, con su aroma inconfundible y su meticulosa elaboración, es un símbolo de paciencia, dedicación y amor por los detalles. Ese mismo espíritu es el que Paul Petrelli y Donatienne Fievet supieron trasladar a su historia personal y emprendedora. Hoy, tras 17 años, Le Blé no solo marcó un antes y un después en la cultura del desayuno y la merienda en Buenos Aires, sino que también se convirtió en el reflejo de un proyecto de vida compartido.

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Gentileza Le Blé.

El primer encuentro

La historia de Paul y Dona comenzó lejos de Argentina. Se conocieron en Santiago de Chile, trabajando en LAN. No fue un flechazo inmediato, sino un vínculo que se fue gestando a través del trabajo en equipo. “Somos muy diferentes y primero aprendimos a conocernos en el día a día”, cuenta Donatienne a Foodit. En ese entonces, ella tenía 27 años y él, 35.

Pero fue una tarde de noviembre en la playa de Santa Mónica, en Los Ángeles, cuando Paul dio el primer paso. “Me demoré un poco, pero cuando me decidí, supe que era para siempre”, recuerda entre risas.

Donatienne había llegado a Chile desde Bélgica, pero el destino los trajo a Buenos Aires cuando trasladaron a Paul como gerente general de LAN Argentina. La ciudad los sedujo con su energía, su vida gastronómica en auge y la posibilidad de reinventarse.

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Gentileza Le Blé.

El gran salto

Ambos venían del mundo corporativo. Paul era VP internacional de LAN Cargo, y Dona lideraba el área de gestión comercial. Sin embargo, el deseo de emprender estaba latente. “Siempre tuve el gen emprendedor, pero el paso fue durísimo. Me llevó tres años animarme”, confiesa Paul. La transición no fue fácil: se acabaron los viajes en primera clase y los hoteles cinco estrellas. “Se acabaron los viajes, en definitiva”, bromea.

Donatienne, en cambio, nunca dudó. “Siempre estuve a su lado, firme como rulo de estatua”, dice con orgullo. El cambio de vida no fue solo profesional, sino también personal. La estabilidad de un empleo corporativo quedó atrás para apostar a lo incierto, pero apasionante.

A los 43 años, Paul tomó la decisión definitiva. “Fueron 20 años en LAN, cada uno mejor que el otro, pero todo tiene su tiempo. Como los deportistas, hay que saber cuándo retirarse”. Y así nació Le Blé.

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Gentileza Le Blé.

Un amor compartido por la gastronomía

El vínculo con la cocina viene de antes. A Paul, el amor por la gastronomía se lo transmitió su padre, un sibarita que viajaba por el mundo experimentando sabores y texturas y que cuando sintió que fue el momento indicado, comenzó a llevar a su hijo a esas fascinantes aventuras. “Probábamos goulash en Budapest y lo comparábamos con el de Austria o Alemania; lo mismo con los jamones de Parma, Jabugo o Bayona, el té o el café. Fue una experiencia espectacular que me marcó desde chico”.

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Gentileza Le Blé.

Dona comparte esa pasión por descubrir lugares a través de la comida. “Nos encanta viajar. En cada ciudad en la que vivimos buscábamos nuestro restaurante de referencia, ese donde te sentís un poco en casa”.

Si bien Paul estudió la carrera de Hotel Restaurant Management and Nutrition en EE.UU., su verdadera escuela fue la vida. “Mis tías abuelas italianas cocinaban como los dioses, y yo me metía siempre en la cocina”, recuerda.

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Gentileza Le Blé.

Los primeros pasos

Cuando fundaron Le Blé, volver a trabajar juntos fue casi natural. “Nos conocimos trabajando, así que fue como regresar a nuestros orígenes”, dicen. Aunque hubo momentos difíciles, sobre todo cuando la empresa atravesó desafíos, la dupla se fortaleció. “Aprendimos mucho y crecimos como pareja”, cuenta Donatienne.

Los roles se fueron definiendo por sus habilidades. “Paul es el motor, el que tiene la visión de negocio. Yo me ocupo más del diseño, la identidad de marca y la estética de los locales”, explica. Al principio, ambos hacían de todo, aprendiendo sobre la marcha. Hoy, el equipo ejecutivo les permite delegar y enfocarse en la expansión.

Dona Fievet, fundadora de Le Blé.
Javier PicernoDona Fievet, fundadora de Le Blé.

Un menú con historia

Elegir un plato favorito no es fácil. “La ensalada de pollo crocante es un clásico, desde 2008 no la pudimos sacar de la carta”, dice Paul. En invierno, prefiere la Carbonada Flamenca. Para Dona, las tostadas belgas veganas son un imprescindible. “No soy vegana, pero me encanta la versión con aceite de coco”, confiesa.

Tostadas belgas.
IG Le BléTostadas belgas.

Como en casa: la clave del éxito

El crecimiento de Le Blé no fue casualidad. “Desde el inicio, el concepto estaba pensado para ser replicable a escala”, explica Paul. Pero más allá del plan de negocios, hubo una esencia que conquistó a los clientes. “Lo llamamos ‘la experiencia Le Blé’: un lugar lindo, un producto rico, una atención cálida. Nada pretencioso, sino que un lugar donde uno podía sentirse como en casa. Algo simple, pero con identidad”.

En sus inicios, Buenos Aires tenía una fuerte oferta gastronómica para almuerzos y cenas, pero faltaban propuestas sólidas para desayunos y meriendas. Le Blé supo llenar ese vacío con una propuesta diferenciadora.

El crecimiento vino con la apertura de más locales, la creación de un Centro de Producción y la expansión a través de franquicias. “Pero si me preguntás, la gran estrella es el producto. Hacemos nuestra panadería y pastelería cada día, con materia prima de calidad y mucho amor”, destaca Paul. “La pasión fue la clave”.

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Gentileza Le Blé.

Más allá del negocio

Cuando no están trabajando, siguen en movimiento. “Viajamos, hacemos ejercicio, visitamos a la familia de Dona en Bélgica y nos escapamos a San Martín de los Andes, donde estamos construyendo nuestra casa”, cuentan.

Para el futuro, el plan es seguir creciendo. “Argentina tiene mucho potencial y quizás miremos afuera. Chile podría ser una opción”, adelantan. Además de los cafés y boulangeries, sumaron una florería y tienda de decoración, “La Maison”, para complementar la experiencia.

Y a quienes alguna vez bromearon con su cambio de rumbo, Paul les responde con humor: “Ahora me dicen Don Croissant”.