Napolitana, de cancha, americana, con relleno, fugazzetta. Con o sin fainá. Con frutas y verduras, o la Margarita. Con salsa blanca o pepperoni. Con queso desparramándose por el plato o con la dosis justa para que se contenga dentro del triángulo. ¡Tantas pizzerías y tantos gustos! ¿Cómo elegir? Ese era el dilema de Ariel Santillán (46), oriundo de Ituzaingó, donde vive hasta hoy. Eran sólo tres en casa: mamá, papá y él. Pero, a los 13 años, a Ariel se le ocurrió que quería un hermanito y llegó Emanuel. Su niñez, dice, “fue alucinante”. Con papás presentes y mucho tiempo compartido con los abuelos. Le gustaba jugar a la pelota, andar por el barrio, las escondidas.

Cuando terminó la secundaria quería juntar lo suficiente como para hacer el curso de piloto, “pero como era muy caro, decidí estudiar comercialización y marketing”. Empezó a trabajar en su disciplina, se casó a los 30 y tuvo cuatro hijos.

La historia de la pizza viene de la infancia. La abuela, mientras él era chico, tenía una mercería. Periódicamente debía ir de Ituzaingó a Capital para abastecerla. Como trasladaba bolsones de compras, le solía pedir ayuda a los nietos, entre ellos a Ariel. Al final del recorrido los llevaba a comer pizza a Banchero, que estaba en Once.

La historia comenzó cuando Ariel tenía 6 años y se prolongó hasta la mitad de su paso por la escuela secundaria. “Muchas veces me rateaba del colegio para acompañarla -cuenta-. Íbamos por lo menos una vez por mes y lo mejor de todo eran las pizzas de Banchero, para mí las más ricas que existen”.

El tiempo fue pasando, pero la pasión sólo cambió de sede a la sucursal de La Boca, porque Ariel participaba entonces en una agrupación del club y cada quince días, después de la reunión, se escapaba a a comer un par de porciones de muzzarella.

En uno de esos encuentros se disparó el debate sobre cuál era la mejor pizza de Buenos Aires. “Para mi no había dudas -relata Ariel-. Les di mis argumentos y aparecieron opiniones que celebraban a Las Cuartetas, El Cuartito, Güerrin, La Mezzetta…, pero yo no conocía a ninguna más que a mi preferida”. Organizaron un tour de pizza en 2007 para probarlas todas y luego elegir la mejor. La idea le quedó repicando en la cabeza.

El hilo de la muzzarella

Ariel empezó a buscar información de las pizzerías de Buenos Aires y se encontró con un mundo deslumbrante. Las listó, las clasificó por zonas y decidió que iba a armar esa idea como emprendimiento. La duda era cómo trasladar a las personas.

Pensó en comprar un colectivo, pero analizando costos se dio cuenta de que era muy difícil de mantener y de guardar. “Entrar con ese vehículo a Capital de noche podía ser complicado”, afirma. Sin alternativa, dejó cajoneado un tiempo el proyecto.

Hasta que un día un papá del colegio de uno de sus hijos se compró una combi y con ella le saltó a la vista la solución: “le propuse la idea, pero me dijo que se iba a ensuciar mucho el vehículo -recuerda-. Sin embargo, ese rechazo me impulsó”. Se puso a buscar una combi porque le gustaba que entraran seis personas, que fuera una experiencia artesanal y personalizada. Cuando se lo contó a su papá, él también se entusiasmó y lo ayudó a planificar… Hasta que llegó la pandemia.

“Siempre le había dado vueltas a la idea, pero me preocupaba la familia -señala Ariel-: implicaba dejar mi trabajo para salir a la aventura. Fue cuando murió mi papá”. Era él quien iba a aportar algo del capital, pero cuando no pudo ser así, su mamá le propuso que se quedara con el auto de su padre. “Vendé el tuyo y comprate la combi”, le dijo.

“Fue tan fuerte que los míos me dieran un empujón lindo diciendo, bueno hacelo, pase lo que pase”, recuerda. Así nació Bue Pizza Tour, una mezcla de degustación, paseo y experiencia.

El primer desafío que le viene a la memoria fue la decisión de empezar. “Eso de salir de tu zona de confort es lo más difícil -indica-. Tenés que romper el molde. A eso le tuve bastante miedo. Creo que fue una de las excusas que me ponía para no empezarlo. Pero la familia se convirtió en el pilar que impulsó la idea”. Más tarde aparecieron otros retos, como que los platos y las latas no se cayeran de la mesa. “Agarraba una cuneta y todo salía volando por el aire”, dice entre risas. Imantó todas las piezas y con eso logró una solución.

La combi es un modelo 83, vintage, pero es vistosa y cómoda. “Se convirtió en un plan que no falla: reúne amistad, pizza, la combi, un recorrido por Buenos Aires, la noche porteña… Es perfecto”, sostiene.

Con sabor porteño

Más allá de que la idea es buscar la mejor muzzarella, Ariel sostiene que todas las elegidas son muy ricas, “no hay mejor ni peor, todo depende del paladar”. Aunque tiene varios tours, las personas siguen preguntándole por cuál deben elegir. “El que elijas va a estar bien -explica-. La diferencia puede estar en qué barrios querés recorrer. Podemos ir al microcentro, La Boca, Palermo, Mataderos o Liniers”. Insiste que lo que vale más es la experiencia. En hacer el tour con amigos, agregarle un karaoke o escuchar música.

Los recorridos le resultaron sencillos de armar porque las pizzerías más reconocidas y emblemáticas le marcaron la ruta. El tour del microcentro incluye El cuartito, Güerrín y Las cuartetas. Para la zona de Palermo/Vila Ortúzar/Chacarita se suman Angelín, La Mezzetta e Imperio. Para la zona de La Boca y San Telmo se incluyen Pirillo y La Boca, mientras que para la más apartada que se realiza por Mataderos/Devoto/Monte Castro se visitan Pizzería José, El Fortín y El Cedrón. “Si ponés las direcciones en el mapa tenés un radio de 15 kilómetros a la redonda por cada uno”, añade.

Ariel concuerda con su clientela que, hasta el momento de organizar su propuesta y vivirla, no había apreciado Buenos Aires en su verdadero esplendor. “Mucha gente elogia la belleza de la ciudad y se sorprende con el Congreso iluminado, o la Casa Rosada, la calle Corrientes repleta de espectáculos -enumera-, entrar a la combi te predispone a conocer la pizza y la ciudad”.